Se nos pasa la vida



Y no nos damos cuenta. Y de repente ya somos grandes. Y tenemos a esos niños por dentro queriendo hacer solo cosas de niños. Pero nos sentimos atrapados. Y nos sentimos agobiados. Y nos asfixia crecer. Y nos atrapan las realidades de los adultos que nosotros mismos nos inventamos. Y nos inventamos cosas que nos encierran y no nos permiten volver a correr libres por las mangas. Y no podemos ser espontáneos. Y no podemos decir la verdad. Y no podemos abrazar fuerte a quien realmente queremos. Y no podemos decir no porque no es cortés. Y no podemos simplemente un día cualquiera quedarnos en cama porque estamos cansados y solo queremos dejar que de nuestra cobijita se salga algún duende y nos cuente otra historia de amor. Y nos toque la naricita y nos diga que todo estará bien. Que el coco no existe. Que todo está en nosotros. Que Dios habita allí en ese rayito de luz que somos.



Se nos pasa la vida. Se nos va dejando de ser quienes de verdad somos. Y de repente, un día cualquiera te vas…y en ese momento debe de haber una luz luminosa que nos pasa nuestra vida en un instante y desearíamos haber hecho tantas cosas…ser honestos. Ser auténticos. Ser nosotros. Ser esos que debemos ser sin tapujos. Sin mentir. Sin ocultar qué es lo que queremos de verdad y a quienes amamos de verdad. Y es preciso. Yo me rindo ante la verdad. Ante esa que llevamos por dentro. Ante la que nos dice nuestro cuerpo. Ante la magia. Ante lo inesperado. ¡Bendita serendipia! ¡Cómo te amo! Me has seguido y yo te lo permito. Porque sé que en ti habita el fluir. Como esa corriente vital que nos dio la vida. Como los ángeles que me rodean y me protegen. Susurrándome palabras de amor. Susurrándome lo que debo hacer. Diciéndome lo que muchas veces no quiero oír pero que tengo que escuchar. Para protegerme.



Se nos pasa la vida y nos vamos haciendo grandes y olvidamos lo importante. Olvidamos abrazar fuerte. Besar despacio. Sonreír hasta el cansancio. Hasta la locura. Si, hasta esa locura que solo podemos ser cuando todas nuestras células se ríen y lo único que podemos hacer es reír sin parar y botarnos en el suelo y revolcarnos para reírnos de nosotros mismos como cuando éramos niños y nada importaba. No importaba quien se caía. Había que reír. Quien se daba contra un palo. Había que reír. A quien se le perdía la muñeca que algún duende había cogido o a quien se le estrellaba el carrito quedando todo destruido. Quien se desbarataba en su monareta. O quien tenía fiebre y debía permanecer en cama cuando todos sus amigos se te asomaban por la puerta saludándote desde lejos porque tenías algo que no sabían que era y aunque tu querías ir a correr con ellos tu cuerpo estaba exhausto sin poderse mover. Y lo estaba porque crecía y para crecer debes sufrir momentos de verdadero dolor. Quedarte quieto. Y dejar que el hecho de estar vivos nos haga morir de a pocos. Un día a la vez.



Me rindo ante ti. Ante la verdad de la vida. Esa de saber que soy humana y me encanta saber que a mi lado hay ángeles humanos que están conmigo protegiéndome y apoyándome y queriéndome para que yo también llegue lejos. Para que consiga mis sueños. Para que vaya tras eso que soy. Para que no cambie y sea esta que he sido aún cuando la cultura me ha exigido ser otra. Nunca cupe en casi nada. Pero cupe en mi cuerpo. Y eso me basta. Porque así sé que soy parte de las estrellas. Y soy viento. Y soy agua. Y soy esa tierra que cuando la huelo me recuerda que algún día oleré a ella porque seré ella. Así como cuando me tiraba persiguiendo grillitos para ver a quien llevaban en su lomo. Y pude ver entonces que había otro universo allí cuando me agachaba. Cuando tirada en el piso reconocía lo diminuta que soy y a la vez lo grande.



Se nos pasa la vida. Y yo desearía que no dejáramos de ser esos niños que somos. Esas reinas y esos príncipes que creímos ser. Porque lo somos. Somos esos. Y daría mi vida entera porque quienes hayan perdido esa esencia intentando ser esos adultos que les dicen que tienen que ser, se regalen el placer de la risa espontánea, de la verdad absoluta, del abrazo sereno, de la mirada sin juicios, de las muñecas de trapo y los barcos de papel que una vez vimos navegar tan cerca de nosotros que creímos que podíamos montarnos en él para ir a esa tierra que imaginamos cuando nos leían esos cuentos antes de dormir.



Se nos pasa la vida y deseo que sientan el placer de sentir esos ángeles que tienen a sus lados cuando un amigo los abraza, cuando un hijo les da un beso en su frente, como ayer cuando mi hijo al regresar a casa tan cansada me dijo, te amo. Y eso me bastó para saber que él es mi ángel. Y que hemos sido compañeros de vida al cien. Y hemos jugado sin parar. Y nos burlamos de nosotros mismos. Y el desorden nos tiene sin cuidado. Porque es nuestro propio orden. Y lavar los platos puede esperar cuando hay algo mejor por hacer. Y todo puede esperar…porque se nos pasa la vida…y lo importante es disfrutar este viaje antes de partir…porque tal vez después vendremos como ángeles y nuestras alas no cabrán por esos huequitos que nos podemos meter siendo humanos. Y tal vez los abrazos y los besos que podemos dar no serán los mismos que como humanos podemos dar.



Se nos pasa la vida…

Like this story?
Join World Pulse now to read more inspiring stories and connect with women speaking out across the globe!
Leave a supportive comment to encourage this author
Tell your own story
Explore more stories on topics you care about