Soltar





Cómo nos cuesta. Cómo…..aún recuerdo aquel día. Yo me sentía salida de mi cuerpo. En realidad me había salido. Completamente. Del todo es del todo. Sin duda. Llegué a un lugar que en mi vida parecía inexistente. Pero ya fui. Ya lo conocí. Ya estuve ahí. Lo vi con mi mente. No sé si con mis ojos. Porque descubrí que no vemos solo con ellos. Vemos con el espíritu. Con la mente. Con la piel. Vemos con todo nuestro ser. Y por eso regreso a aquella madrugada. Era una como ésta. Pero mi mente fue y no quiso regresar de allí. Permaneció. Se quedó. Y estuvo a punto de partir. Como muchos lo han hecho. Como muchos que ciertamente lo han hecho y su espíritu ha quedado en ese limbo que dicen que no existe pero que si existe. Porque te he sentido María. Te he visto inclusive en aquel río. Te he sentido en esa zarigüeya que una noche se montó en mi cama en nuestro río. Estabas allí. Me mirabas…





Soltar. Cómo nos cuesta. Cómo…porque nos aferramos a lo que creemos que somos. A lo que creemos que tenemos. A lo que que creemos que nos pertenece. Y no es cierto. No. Lo sé. Créeme. Lo sé. He estado ahí. He estado donde estás. He estado en ese lugar impresionantemente confuso y lleno de dolor y miedo y de angustia y de desesperación. Porque lo que tenía que soltar me pesaba tanto que ya llegaba al fondo. Veía el fondo. Lo tocaba con mis pies. Pero yo me empujaba. Y volvía a subir un poco. Porque no quería ahogarme ni que se ahogaran conmigo. Pero sucumbí. Un día. Una noche. Una madrugada. Me dormí. Y mi espíritu me despertó porque ya estaba en el fondo. No respiraba. No veía. No sentía. No había puertas ni ventanas. Solo oscuridad. Solo yo. Sola. Únicamente ésta que siente. Únicamente esta misma que al final de mis días y cuando esa llama interna que lleva mi cuerpo deba soltarlo, recordará que estuve ahí. Segura. Convencida de que fui a ese lugar una vez. Lo vi. Porque soltar casi me cuesta mi vida. Casi…





Soltar. Parece imposible. Pero lo fue. Me obligó el espíritu. Y sentí morir. Sentí que me desgarraba. Que me quedaba sin piso. Sin mundo. Sin universo. Sin cosmos. Y cedí. Totalmente. Mi cuerpo no resistió y floté en ese espacio que hoy doy. Y permanecí allí inmóvil. Quieta. Serena. Mi mente observó ese negro. Ese vacío. Esa quietud absurda que solo habita en nuestras mentes. Y me dormí. Parecieron años. Lo fueron. Crecí en segundos. En minutos. Crecí. Porque al retornar fui otra. Soy otra. He crecido en los dos últimos años más que en toda mi vida. Más…y sólo tengo gratitud. Por lo que lo ha hecho posible. Por quienes lo han hecho posible. Por todos y cada uno. Por cada una de mis experiencias. Porque gracias a ellas y ellos soy esta mujer de hoy. Una que se siente a gusto en la selva. En el bosque. En el río. En el mar. Con poco. Aunque me rodee la abundancia total y absoluta. En realidad necesito poco y por eso entrego y entrego. Pero recíprocamente recibo y recibo.





Soltar. Qué maravilla. Porque cuando lo hice volé. Floté en esta misma ingravidez que puedo sentir hoy otra vez. Porque volví a soltar. A soltarlo todo. A dejar que el equilibrio de la vida retome ese sentimiento que no nos deja soltar. Porque queremos controlarlo todo. Y no podemos. Así no es como funciona esto. Porque esto funciona es porque crecemos emocionalmente. Y cuando soltamos en realidad es cuando más amamos. Nos amamos. Amamos lo que fue. Lo que era. Lo que tuvimos. Lo que hicimos. Lo que ya no está. Porque está solo en el pasado. Y el pasado ya es pasado. Y esa historia de esos dos hijos míos tan hermosos los tuve que soltar. Dejarlos ir. Partir. Dejarlos…y no quería. No podía. No era simplemente capaz. Sentía que moría un pedazo de mi con ellos. Y así fue…pero solté.





Soltar…cómo nos cuesta. Nos cuesta la vida. Pero hasta hoy comprendí que cuando lo hice volví a la vida. Sin dolor pero con puro amor. Porque simplemente ellos ya no podían ser. Y solo así yo recobraba mi propia esencia. La mía. Ésta. Y empezaba una expansión profunda de mi vida. Una expansión a otros niveles casi que incomprensibles pero en donde los abrazo y los recuerdo con amor y con la esperanza de un día volverlos a ver. Volverla a ver. Volverte a ver. Pero de una forma distinta. Porque ciertamente los solté. Ya le pertenecen otra vez al universo de donde partieron. Y allí desde donde estén ambos saben que regresarán. Porque su existencia fue vital no solo para mi sino para muchos…y ellos no solo me pertenecían sino que se pertenecían.





Soltar. Desde aquella vez pensé que no podía volverlo a hacer. Y lo hice una vez más. Y seguro lo haré mil más. Porque de eso se trata todo esto. Soltar. Soltar… Si tan solo supiéramos que cuando lo hacemos en realidad mutamos, mudamos…cambiamos, crecemos. Aunque duela. Porque el dolor es esa ilusión permanente que nos hace creer que somos cuerpos. Pero somos espíritus. Y por eso puedo ir hasta allí y abrazarlos. Abrazarte.





Soltar…una vez más. Para ser. Para existir. Para permanecer…









http://www.resiliencias.org/lo

Like this story?
Join World Pulse now to read more inspiring stories and connect with women speaking out across the globe!
Leave a supportive comment to encourage this author
Tell your own story
Explore more stories on topics you care about