Confiamos



En algo mejor. Desde pequeños crecemos confiando y a medida que vamos haciéndonos grandes las experiencias nos hacen perder esa confianza. Cuando al contrario deberían de fortalecernos y ayudarnos a confiar siempre en algo mejor.





Confiamos. Pero no creemos. Ahí es donde está la diferencia. Porque no necesariamente todo lo que vivimos es eso que queremos. Pero sí es lo que necesitamos. Para aprender. Para valorar. Para agradecer. Para aprender a través del tiempo que las experiencias vividas nos harán justo eso. Aprender. Para no repetir. Para hacer muchas cosas solo una vez. Y no dos. Ni tres. Ni cuatro.





Confiamos que hay un mejor mañana. Que el sol saldrá. Que el frío pasará. Que la tristeza se irá. Que la alegría volverá. Que aquel trabajo perdido será el trampolín para uno mejor. Que el amor rechazado nos hará fuertes. Y así es.





Confiamos en la esperanza. Y son las ilusiones las que nos mantienen vivos. Esas benditas hacen todo por nosotros. Y por muchas otras especies. Son ellas las que nos hacen levantar cuando estamos dormidos o caídos. Son ellas las que nos permiten ver luz al otro lado del túnel. De ese en el que muchos sin saberlo nos vamos metiendo hasta que la vida nos hace un llamado de atención. Hay veces suave. Hay veces duro. Hay veces hasta con nuestra muerte.





Confiamos en la vida. La muerte nos asusta. Y es eso que tenemos más seguro que cualquier otra cosa. Más que ver el sol cada mañana. O cada tarde. Más que sentir el aire que respiramos o el agua que somos.





Confiamos en la justicia pero es diferente para todos. Hay excepciones. Pero la justicia se nos hace esquiva y no es igual para todos. No es justo el amor. No son justas las parejas. Ni las familias. Ni nuestra sociedad. Ni es justa la enfermedad. Ni la riqueza. Ni la pobreza.





Confiamos en nuestras familias. En nuestros amigos. Son ellos los más cercanos. Y aún así no son necesariamente lo que esperábamos. Son menos. O muchas veces más. Pero nos vamos quedando en la vida anclados a resentimientos que no permiten que crezcamos y seamos mejores.





Confiamos en que nuestras experiencias no sean dolorosas. Pero lo son. Y siempre lo serán. Así crecemos. Así nos hacemos humildes. Así nos volvemos mejores humanos. Hay también de las buenas. Y con ellas también aprendemos. Y sentimos una alegría por ahí en alguna parte de nuestro cuerpo que nos hace además ser felices por instantes. Porque la felicidad no puede ser constante. Porque o sino no la diferenciaríamos.





Confiamos en nuestro cuerpo. Algunos. Y lo escuchamos. Y él nos escucha a nosotros. Claritico. Sin interferencias. Y nos mantiene alerta sobre lo que hacemos bien o mal. O sobre lo que simplemente no hacemos. O sobre lo que tenemos que hacer.





Confiamos en tantas cosas. Y es preciso. Para poder vivir. Sin la confianza nada sería posible. Ninguna relación. Ningún abrazo. Ningún beso. Ningún adiós. Ninguna sonrisa. Ninguna burla. Nada.





Confiamos…

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