Doña Marcelina y un Trago



Una mujer de 80 años, vivaz, locuaz, llena de vida, tiene asegurado su encanto personal. Es difícil ver a alguien de esa edad caminando libre por las calles, sonriendo, lavando a mano su ropa, recibiendo la visita de sus bisnietos, yendo al mercado todos los días y trabajando en la casa de extraños lavando ropa para mantenerse.



Cuando llegó a casa de Flor, doña Marcelina respondía a un aviso para ubicar una pareja de cuidantes para un lote de terreno con una construcción a medias. Ella, un poco menor que su marido Juan, impactó a Flor con su locuacidad, buen humor y buena salud. Dijo tener 80, pero no saber si realmente los tenía ya que no tenía documento de identidad y su marido tampoco. Dijo también que buscaba un lugar donde vivir porque su familia era pobre y no la podían cobijar. Obtuvo el trabajo inmediatamente. Contó que había tenido 12 hijos en vida, pero que sólo viven 4, porque los demás murieron antes de cumplir cinco. También dijo venir de una comunidad muy pobre en Potosí, lugar muy alto y frío en el centro sur de Bolivia. Dejó a Flor preguntándose ¿porqué sus hijas e hijos no cuidan de ella? Obviamente sus familiares estaban cerca, vinieron con ella a la entrevista, y la visitaron todos los días en su habitación de cuidante.



La respuesta comenzó a vislumbrarse en el tercer día de su nuevo trabajo. Su marido, Juan, saludó a Flor a las 8 de la mañana en medio de una borrachera total. Marcelina no estaba y Juan no quiso hablar con ella. Dos días después, sorprendida, Flor preguntó a Marcelina que había pasado. Ella dijo que Juan era “así siempre”, que ella se escapaba de él cuando tomaba porque le pegaba y que volvía dos o tres días después porque tenía miedo. Flor tuvo mucha pena, le aconsejó que se pusiera fuerte y no lo dejara tomar. Sin embargo, tres días después la historia se aclaró más. Marcelina estaba en casa, totalmente ebria, con uno de sus nietos. Toda la mañana gritó, saltó y cantó, amedrentando a los trabajadores de la construcción que debía cuidar. Esta bella anciana, llena de candor cuando estaba sobria, era una especie de luchadora de historietas (la mala de la película) cuando estaba ebria. No paró de tomar un infame trago de alcohol barato todo el día, por tres días seguidos, y Juan no apareció por la casa.



Al cuarto día, un poco más sobria, pidió disculpas. Dijo que su nieto le había invitado trago, que habían festejado el Día del Trabajo y que “se le había ido la mano”. Sin embargo, a partir de ese día, por cada seis días de sobriedad, habían cuatro de borrachera, tanto de ella como de Juan. Era triste ver a Marcelina en semejante estado, y los trabajadores le perdieron el respeto por completo.



Duró dos meses más en el trabajo, prometiendo que ya no tomarían, pero la historia se repetía todo el tiempo hasta que recibieron el aviso de desalojo. Se fueron un fin de semana cualquiera, del mismo modo que llegaron, en silencio y trasladando sus pocas pertenencias en un carrito manual, que Juan perdió la final de su traslado en una nueva borrachera. Tomó sólo tres meses darse cuenta de cuál era la verdadera historia de su vida. Ella seguramente no era tan vieja como se veía. La vida de sus doce hijos probablemente estuvo siempre en peligro por sus constantes borracheras y su ejemplo está siendo seguido por sus nietos y bisnietos, quienes visitan a sus abuelos para tomar tragos hasta por una semana en total…



Esta cara de la pobreza tiene que ver con una “droga para el entretenimiento”, como lo son tantas otras que pululan por ahí en las calles. El problema es que el estado alterado que producen en la mente de las personas, lleva a sus adictos a vivir vidas de total pobreza espiritual, moral y de dinero. La organización mundial de la salud calcula que el número de mujeres adictas a cualquier droga de entretenimiento, ya sea alcohol, marihuana, hachis, cocaína o cualquier otra, se ha cuadruplicado en los últimos 20 años. Es decir que antes podías tener 40 amigas y ninguna ser adicta, en cambio ahora tendrás diez amigas y por lo menos una de ellas será adicta a algo.



Esta triste realidad es la misma, con diferentes niveles de precio de las drogas, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en desarrollo. Lo único diferente es que en el mundo en desarrollo las “drogas del entretenimiento” son ampliamente aceptadas socialmente, ya que allá consideran que el cigarrillo es casi la muerte civil de una persona que fuma, pero ser adicto a la marihuana, por ejemplo, es “normal” y completamente aceptable. En los países en desarrollo todavía no es tan ampliamente aceptado el ser adicto a las “drogas simples” y la más frecuente es el alcohol y por supuesto el cigarrillo.



Sin embargo, la necesidad de reconocer que una mente alterada por una droga “simple” produce acciones que perpetúan la pobreza y la dependencia de las personas de lo que el gobierno les pueda brindar para evitar que mueran de hambre o vivan en las calles. Esta cruda realidad me duele. No es lo mismo hablar de ser tolerantes con las drogas simples antes de haber visto a la Sra. Marcelina que después de ver su realidad. Ojalá que yo haya podido hacerte vivir un poco el futuro de una mujer que comienza joven con su dependencia a alguna droga.



Ojalá que Marcelina te apene tanto como a mí. Ojalá que lo pienses dos veces antes de ceder a la tentación de divertirte cada fin de semana con una droga “simple”, que parece inofensiva, pero cuyas consecuencias sólo se ven cuando ya es muy tarde. No te enfermes. Cuida de ti misma, hoy y cada día. Cuida tu mente y no hagas caso de las propagandas en la tele. La verdadera alegría, el regocijo y el entretenimiento, se consiguen perfectamente siendo tu misma, sin necesidad de droga alguna. Recuerda que Marcelina ya no tiene más salida que la muerte, por más amargo que suene. Recuerda que las mujeres tenemos el doble de tendencia a la adicción que los hombres, por efecto de la testosterona.



Levántate y diviértete con la frente en alto, siempre. Eleva tu voz conmigo para hacerle saber al mundo que no existe una droga “simple”. Todas las drogas alteran nuestra mente, nuestra alma, y por supuesto, nuestras vidas.

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