La vida cambia en un instante



Y entonces cuando lo comprendes te das cuenta que un instante es la vida. Y lo demás pasa a un segundo plano. A un tercero. A un cuarto. A un lugar lejano de tu corazón. Y es así como puedes observar a tu alrededor y definir qué es lo verdaderamente importante. De quién quieres tomarte de la mano. De quién quieres rodearte y por quién quieres dejarte abrazar y besar.





Cuando mi vida cambia me abrazo a mi misma. Me envuelvo. Me apechicho. Y me dejo apechichar de la soledad. Porque es en ella en donde encuentro la verdad. Mi verdad. Es en ella cuando puedo apechichar a quienes mas amo. A quien más amo. A quien me dio la vida y a quien di la vida. Ambos, puros actos de amor. Algo que me basta y me sobra para entender que son lo más preciado.





Cuando mi vida cambió, aún sin entender y pensando que lo que había visto era una tirita roja en el closet que me estorbaba y que la debía quitar, jamás imaginé que tirando de ella se iba a venir mi mundo entero. Mientras intentaba comprender perdí el aliento de mi vida. Y me entregué. Y entonces de ese mundo maravilloso, misterioso y en donde los seres alados habitan, salió uno a mi rescate. Pudieron haber sido más. Creo que si fueron necesarios más. Porque estaba realmente atrapada entre los escombros de mi vida. En las cenizas de mi pasado. De mis cabos sueltos. Y entonces ese ser alado buscó entre la montaña fría de esos escombros y hurgó despacito para no hacerme más daño. Él sabía que ya estaba bastante aporreada. Y limpió las cenizas de mis ojos. Y limpió mi cara. Y con sus lágrimas me lavó toda. Y me tomó en sus brazos y me sacó de allí. Y me cargó como si yo fuera de cristal. Y me llevó a su paraíso en donde aún me tiene. Y me sobó la espalda. Y me dejó descansar. Y me abrazó. Y me dijo cuánto me quería, cuánto me querían.





Y mientras descansaba, me permitía ver en el infinito de sus ojos, mi vida. Ha sido mi ángel de la guarda desde que vine a este mundo. Y me hizo recordar no solo lo que yo juzgaba como malo sino lo bueno. Y me mostró quien soy y por qué todos somos importantes y valiosos. Me permitió ver la ausencia de quienes amé pero sobre todo la presencia de quienes amo y me aman. Me permitió comprender que la vida cambia en un instante y que aunque nuestro mundo se derribe, nosotros seguiremos de pie hasta que misteriosamente hagamos ese viaje a la eternidad. Uno al que debemos llegar naturalmente. Uno que nos hará uno con el todo. Aunque me recordó que ya lo somos.





La vida cambia en un instante. Y por eso estoy agradecida. Porque todo es una excusa para llegar a donde debes llegar. Porque cada lágrima derramada es una bendición para limpiarte. Porque cada risa es el merecimiento de cada lágrima. Porque tengo la salud necesaria para expresar lo que siento. Porque a mi alrededor están los seres que más amo y los que más me enseñan también. Porque tengo el privilegio y el placer de pertenecer a algo. A alguien. Porque tengo el agradecimiento para reconocer quien habita en mi. Porque mi espíritu es noble. Porque la luz que somos es ese Dios que siendo la llama que nos mueve nos permite unirse al resto para que seamos el sol de nuestra propia vida. Y porque cuando ese sol va perdiendo su propia luz por el cansancio de lo que nos hayamos creído o inventado, habrá ahí cerquita un ángel que atiza el fuego y con un soplido tibio nos devuelve el aliento.





La vida cambia en un instante. La vida es un instante.

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