Mi primer Gaia



Así la nombré para alguien. Y cuando lo hice, sentí un tirón en el ombligo. Uno fuerte y hermoso. Porque la honré así y así me honré. Y pude hacerlo consciente. Y todo tuvo sentido. Y adquirió la dimensión que se merece. Que me merezco. Porque las madres somos al final la primer Gaia de nuestros hijos. No hay pierde. Fuiste madre mi primer Gaia. Lo fui para mi hijo. Y esa relación única e indestructible nos une con un lazo invisible. Uno que comienza con un cordón umbilical y que nunca termina. Así lo queramos. Así lo deseemos. Así pensemos que podemos desaparecer esa relación en nuestra vida. Así imaginemos si quiera por un segundo que podemos…





Soy madre. Orgullosamente. Decididamente. Porque pareciera que fue en contra de muchas voluntades. En contra de todo. Pero no de la verdadero. De esa fuerza inexplicable del amor y del misterio. Él ya era mucho antes de yo imaginarlo. Y por ser madre y por sentir esa fuerza maravillosa del amor es que sé que no hay poder humano capaz de destruir esa energía invisible que mantenemos con nuestras madres. Porque son nuestra Tierra por nueve maravillosos meses. Y allí en medio de un cosmos indescriptible se unen dos poderosas energías y aparece sutilmente esa semilla que somos. Que seremos. Ese ser maravilloso que crece en el interior de un universo completo. De uno cercano. De uno indescriptible. Y en él hallamos lo necesario para crecer. Increíble. Y escuchamos ese latir del corazón de nuestra madre. ¿Lo escuchaste amor mío? Por eso sana el corazón de tu madre…por eso si la tienes viva, no la pierdas de vista…ella posee lo que mas necesitas. Tiene tu principal medicina. La más importante. Aunque lo quieras desconocer. Aunque se te arrugue el corazón de saber que ese ser misterioso que es una madre, posee lo que nadie más puede darte…





Porque aunque busques relaciones que te la invoquen y proyectes en otras eso que solo tenemos las madres, pero para nuestros propios hijos, no conseguirás nunca la misma conexión. La misma sanación. No soy tu madre. Soy tu hija, tu hermana, tu amiga, tu compañera, tu esposa. Y solo soy madre de un increíble hijo con quien aprendo mis mayores lecciones. De amor. De desapego. De conexión también. Porque nuestro cordón es dorado y fuerte. Y lo cuido como mi mayor tesoro. Y lo “apechicho” como lo más importante. Aunque duela a veces porque lo que él desea no tiene nada que ver con mis deseos. Nada es nada. Aunque ni reconozca a mi Gaia. A la física. A la que hoy me devuelve al centro. Porque no quiere decir que tenemos que vernos como iguales. Ni siquiera parecidos. Somos diametralmente opuestos y aún así nos amamos profundamente. He ahí el misterio. Somos completamente distintos y aún así poder mantener el respeto que nos exige esa primer Gaia. Porque cuando honro a mi madre me honro a mí como madre, como hija, como hermana, como amiga, como compañera.





Amiga. Esa que hoy puede decirte que no te desconectes de lo que es verdaderamente vital. El resto no lo es. Es vital honrarte y honrarla y honrarme. Es vital esa conexión indescriptible con tu primer Gaia. Así te rompa los huesos. Así te desgarre la piel. Así te tome todo el aliento. Así te erices de solo pensar que debes renunciar a muchas cosas por ella. Porque yo de solo pensar que te podría perder hijo por cualquier causa ajena a mi podría literalmente morir. Podría no desear continuar. Podría no ser capaz de seguir. Podría hasta parar de escribir y de escribirte. Podría no ser y no existir. Porque el vacío que podría dejarme tu ausencia sería como esta bella noche sin esta Luna Llena. O el cielo sin estas estrellas que cubren todo el firmamento…o como este río tan cercano que no cesa su deseo de llegar pronto al mar.





Soy tu primer Gaia. Somos. Las madres. Y lo seremos así no nos reconozcan como tal. Así tengamos otros nombres. Así esta cultura extraña nos mantenga alejadas de esa palabra importante que somos y que sin títulos nos otorga el derecho de ser madres. Madre. Ese vientre en donde escuchamos la primer música que nos recuerda que estamos vivos siempre. Somos esa cuna tibia que invocamos muchas veces inconscientemente cuando no encontramos ningún otro lugar en donde sentirnos como aquella vez. Seguros. Completamente a salvo. Donde todo era posible e imposible. Allí. En ese primer vientre que nos albergó y que al final de cuentas siempre nos albergará. Porque las madres somos eso. Una energía única y maravillosa, irrepetible e incondicional.





Solo hay que perder el miedo a reconocer lo que somos. Solo hay que perdernos el miedo a que seamos eso que estamos llamadas a ser. También. A ser esa primer mujer que puede decir y decirnos la verdad. Así duela hasta el más allá. Porque ser la primer Gaia nos otorga el poder de reconocer lo verdadero. Y sabemos que algo es la verdad, cuando nos tiembla el ombligo y podemos percibir que nuestras semillas sufren o van por el camino que no los llevará a la luz. Y alcanzar la luz es lo que requieren nuestros hijos…las semillas necesitan eso.





Mi primer Gaia. Tu primer Gaia. Soy esa. Somos esas. Y hay que honrarlas. Hay que honrar a tu madre por encima de todo. De todo. Porque no hay poder tal. Ni medicina más poderosa.



Quienes quieran que seamos…porque simplemente somos.

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