¿Por dónde empezar?



¿Por dónde empezar?





Por el principio. Por donde debemos empezar todo. Por la verdad. Aunque duela. Aunque coja todas tus células y te las revuelque como si fuera a ser la última vez. Porque podría serlo. Pero no lo es. Y no lo será…





Empiezo por el principio. De mi propia vida. Porque hoy por primera vez siento que retomo lentamente los hilos de mi vida. No me levanté a las 3:14. No aún y menos durmiéndome después de 12 porque la pastilla para dormir no me hace efecto. Si. Una pastilla para dormir cuando tenemos un cuerpo perfecto que sabe inteligentemente que tiene dormir mínimo 7 horas para que podamos funcionar. Y yo por más de un año dormía mucho menos. Y fue entonces como una factura de mi propio cuerpo. Una que llegó de repente y me metió en ese abismo del que casi no salgo. Hoy hace una semana puse toda mi fuerza de voluntad en la mirada de aquel médico joven para decirle con ella que por favor que me sacara de allí. Se lo imploraba con mi mirada. Con toda mi alma. Con todo mi espíritu. Con mi piel. Con cada poro de mi cuerpo. Y él me miraba como intentando saber. ¿Estará lista esta mujer para estar de vuelta a su vida? ¿Lo estara? Y otra mujer pateaba afuera de ese pequeñísimo consultorio con toda la furia de su alma para que a ella también la sacaran…pero no corrió con la misma suerte.





¿Por dónde empezar? Por el principio. Porque no debemos temer a admitir que un día cualquiera nos enfermamos y sin darnos cuenta comenzamos a caminar por un delgado hilo casi invisible e imperceptible de nuestras propias vidas. Y el cual no te das cuenta hasta que se te convierte en una delicada cuchilla que a cada paso que das te corta. Y no puedes moverte. Y te paraliza. Porque te paraliza el dolor. El miedo. Te paraliza el pasado, el presente y el futuro. Pero te tienes que mover de ahí. Y dos meses son una eternidad. No quiero ni contarlos en ninguna medida. Tengo ya mi propia medida personal de ellos. Y fueron la eternidad. Una a la que me prometo no volver por el respeto que me tengo y el que le tengo a quien me dio la vida y a Nicolás. Esa, mi semilla. Mi semilla que me miraba asustadizo cada vez que podía ir a ver a su propia madre en aquel estado de desequilibrio. Cuánto te amo y te amaré Nico por sostenerte fuerte ante semejante vendaval. Y a tu padre que te tomó de la mano para que tú no me soltaras…





Casi no paso la prueba. Eso debe haber sido. Y fue muy fuerte. Fue demasiado. Fue un exceso. Fue el todo. No recuerdo mucho. No recuerdo todo. Porque en medio de mi verdad, mis cables se trocaron y se desconectaron y se hizo un corto circuito y mi mente entró a un lugar mágico y desconocido pero también tenebroso del que no podía salir. Era mi propio laberinto. Y desde hoy intentaré entrar nuevamente conscientemente para tratar de comprender. Solo para eso. Escribí en pequeños papeles en letra diminuta. Porque donde estuve el papel era escaso y los lápices no eran permitidos. Pinté como niña de tres años y hoy que los veo me doy el lujo de verlos y de reconocer a esa niña mujer que los hizo. Y agradezco y hago reverencia a quienes pudieron pacientemente acompañarme en silencio y en su propio desespero…porque sé que hay quienes se quedan allí para siempre y nunca salen…y sus seres amados los recuerdan como fueron…y todos quedan suspendidos en un limbo inimaginado. Espero que ese no sea el caso de aquella mujer hermosa de rizos dorados que vi el día que mi doctor dijo puedes irte a casa. A donde deben cuidarte como si aún estuvieras aquí.





Y entonces respiré profundo. Volver a casa. Qué palabras tan significativas cuando no has estado ni en tu propio cuerpo. Cuando todo me era extraño. Cuando quienes me rodeaban estaban quizá como yo, pero yo no me podía ver. Menos mal. Pero si me extrañaba. Extrañaba mi propia piel. Mi propio cuerpo que me habla en ese lenguaje antiguo. En ese donde las palabras no son necesarias pero en donde cuando piso la hojarasca del bosque que habito descargo mi energía y puedo recobrar mi centro. Cada mañana. Con café en mano…volver a casa significaba en ese momento volver a mi cuerpo. El mío. Perfecto. Después de haber visto que aún existen técnicas de control antiguas paras quienes perdemos la cabeza. Esa. “La tête”. La perdí por unos días. Por exceso. De mi. De falta de sueño y de excesos. No consumo drogas. Pero me excedí y sobrepasé mis propios límites de velocidad y me estrellé a 1000 por hora contra una montaña hermosa y blanca que me tenía preparada la vida a mis 49 años. Y llegué a esta vuelta al Sol tocándolo de cerca y me rozó su calor y me quemaba fuertemente. Era intenso…





¿Por dónde empezar? Por el principio. Por tomar después de dos meses un café al lado de los mios. Por tomar de las manos a mi hijo y decirle cuánto lo amo. Por agradecerle a mi madre por no soltarme ni un segundo cuando yo sentía que mis manos se despegaban de las suyas mientras yo me deslizaba lentamente hacia el abismo y ella no se rendía aún sin fuerzas y con su dedo quebrado y con sus suaves manos cerradas con todas sus fuerzas para no perderme. Para no soltarme. A toda mi familia que aún sin comprender muy bien sabían que estaba viviendo mi pequeño infierno personal. A los amigos que se quedaron para acompañarme como Olga y Blanquis sin quienes este viaje hubiera sido imposible. A Erika que asumió el cuidado de mi familia perruna como si fuera la suya. Y de ese bosque que es mi refugio. A mi hermano, su esposa y mis sobrinos, a quienes tenían que ser médicos para saber con tanta claridad y certeza que iba a salir de allí aún cuando yo no lo creía. Y por poco lo logro. Pero la vida quiso otra cosa. Esta. Que yo comenzara otra vez. Y eso hago desde hoy.





¿Cómo comenzar?





Por el principio. Por éste. Por hacer lo que más amo. Con tanta certeza…





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