Qué poco asertivos somos



Qué incoherentes. Qué absurdos. Qué egoístas. Y aún así cuando llega una crisis de estas ni sabemos de quién es la culpa. Ni qué hacer. Ni cómo salir de está. Si es que salimos. 



 



Qué incoherentes somos cuando hemos sido parte de una farsa de sistema permisivo con todo, hasta con la guerra. Nos permiten andar diez metros en carro. Con tal de que paguemos. Aunque la caguemos. Si podemos pagar entonces vamos. Y vamos a todas partes en carro. Y nos bajamos aquí y allá. Y aunque el sol esté ahí como fuente, mejor lo que le sacamos a la Tierra, aunque la caguemos. Da igual. En este viaje estamos máximo 80 años. Los que viven más igual no se dan cuenta si van en auto o si no van.



 



Qué absurdos somos cuando pensamos que este día nunca llegaría. Y paradójicamente si está llegando por una invasión como vaticinó Hawkings. Pero no de afuera. Sino de adentro. Aunque al final ni se sabe de dónde es este virus mortal que ha cobrado tantas vidas. Y no se sabe porque al final de cuentas en nuestra insensatez, estábamos peleando más entre los mismos humanos, por lo que pensamos, por lo que creemos, por lo que decimos, por un juego de football, por un mundial, por un circo de belleza, por unas tetas y un culo grandes. La gran mayoría estaba entretenida en lo que no era, entretenida en la vanidad y el ego, en la guerra. Y nada de eso daba tiempo para realmente concentrarnos en lo importante. La ciencia requiere más recursos de todos nosotros que cualquier otro rubro. Le sigue la educación. Y después la salud. Y ninguno de los tres es una prioridad para nosotros. Porque así se refleja en nuestros gobernantes y en nuestras instituciones. Así se refleja en nuestras casas. 



 



Qué egoístas hemos sido. Qué egoístas somos. Por fin volvió al planeta algo que nos tocó a todos. Ni las guerras de los lugares más distantes nos conmovían. Esos países no parecen existir para nosotros. Ni las hambrunas. Ni el frío extremo que mata hasta los osos polares. Ni el calor que duele y se cuela hasta en la respiración dejando a miles tirados en las calles. Ni el viejo aquel que dejó de existir debajo de un puente por la desidia de un maldito pueblo ignorante que no sabe qué hacer con los viejos, con los niños, con los perros, con los animales hermosos que nos rodean, con las plantas que nos dan oxígeno, con los árboles milenarios que están aquí y que debemos respetar por el simple hecho de ser seres y que además son capaces de convertir el aire que respiramos. ¿Quién de nosotros puede hacerlo?



 



Aún así cuando llega una crisis de estas ni sabemos de quién es la culpa. La culpa es nuestra. Mírense al espejo. Es de todos. Y es bueno que regrese una crisis. Eso nos mide. Nos pone a trabajar en equipo. Entre vecinos y familia. Entre colegas y distintos. Entre países, amigos y enemigos. Porque al final, sin el otro, no sobreviviremos. No creo que ahora ninguno de esos absurdos países que aman la guerra, estén concentrados en eso, o en sus elocuentes y estúpidas intervenciones políticas en donde prometen y prometen y nunca salen con nada. Estoy segura que todos ellos están concentrados en sus familias y en cómo evitar que sus acciones no se desplomen y queden en la ruina un día cualquiera. Ni siquiera creo que estén concentrados en verdaderamente encontrar una solución a este virus de forma rápida y efectiva. Porque si se trata de guerra, esos sí que saben de guerra y ya debe estar por aparecer el siguiente que no sabremos cómo manejar. Y así, uno y otro. ¿Nos creíamos tan invencibles? Nos salió un enemigo pequeño pero gigante. 



 



Qué poco asertivos somos. Qué ignorantes permitir que nuestros recursos vayan a la guerra y no a la ciencia. Deberíamos poder escogerlo. Yo escogí vivir en este bosque hace 24 años. Y lo volvería a hacer. Yo escogí el aire puro y árboles de compañeros en vez de edificios, semáforos y cemento. Sabía que algún día llegaría este día. Pensé jamás verlo. Pero ya lo veo. Pensé jamás tener que sentir dolor porque mi hijo respirara un aire impuro. Un aire que le ocasiona muchas cosas a todos pero como no se dan cuenta, pues da igual. No pensé tener que ver el pánico de un planeta ocasionado por algo tan pequeño y no por una bomba nuclear. Qué lección de vida nos están dando otra vez. No hemos aprendido. Ni con Hitler ni con nadie. 



 



Amamos la guerra, la indiferencia, el desdén, el abandono, la miseria. Yo intento salirme de la ecuación pero me es imposible. Soy parte de una raza a la que le gana todo esto. Y yo me arranco la piel. Maldita esta piel que me hace humana. Maldita sea haber nacido esta. Una y otra vez he reclamado. No quiero ser humana. Pero nada que hacer. Ya soy. Sólo me resta apelar al amor, a la diferencia, al aprecio, al amparo, a la generosidad. A eventualmente escribir con mucho dolor y hasta con rabia. Porque sé que al final esto también pasará. Y también se olvidará. Y todo volverá a ser como antes y no habremos logrado aprender la lección como colectivo. Como comunidad. Muchos si como individuos. Quienes hayan perdido a sus seres por cuenta de este virus entenderán muchas cosas. Pero en realidad esto nos correspondía a todos. Teníamos que haber previsto esto. Tendríamos que haberlo parado a tiempo. Cerrar fronteras. Costara lo que costara. Al traste con las pérdidas económicas. Ninguna de ellas justifica las humanas. Tendríamos que haber invertido en protegernos de verdaderos factores que pueden aniquilarnos en vez de inventarnos armamentos para matarnos nosotros mismos. Estábamos mirando para el lado equivocado. Los enemigos no somos nosotros. Son otras formas de vida que no conocemos. Y hay millones. Así es que...



 



Qué pocos asertivos somos. Que mi plata vaya a la ciencia. Quiero poder decidirlo yo. Es que es mi plata maldita sea. Quiero que vaya a encontrar curas. Soluciones. Medicina avanzada de la mano de todas las posibilidades. Medicina sagrada. Occidental y ancestral unida para que vivamos una vida más plena. Seamos coherentes...y asertivos.

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