Matilde Asensi



Pasó con fortuna su personal Rubicón, por el que se sacrificó para abandonar las exigencias de un periodismo de provincias, que acorralaba sus ansias de ahondar en la cultura entre inacabables ruedas de prensa. Ahora le provoca risa ver sus mofletes de manzana en la contraportada, o quizá la mirada retrospectiva, pero mantiene la voz colocada, la misma que ha avivado la confusión de su desdoblamiento en la adusta catedrática de “El origen perdido”...



Cuando estaba creando a Marta Torrent escuché la voz de alguien que me gustó mucho, porque la cosas surgen así a veces, por pura casualidad... Todos los personajes son un alter ego, sería absurdo decir lo contrario y creo que todos los autores podrían ratificarlo. Cuando les vas dando vida, todos llevan algo de ti y a algunos les das una opinión tuya camuflada y a otros algo de tu carácter y mezclas rasgos de gente que conoces y cosas que son inventadas... No hay esos estereotipos, que quizá se dan en otra literatura más costumbrista, social o de crítica política...
En esta obra el sonido está muy presente -tal vez sea una deuda de tu etapa en la radio- desde la madre con ese caudal inagotable de palabras, el sonido de los pájaros, las voces curativas de los aymaras, o incluso el sistema informático atento al silencio expectante de Arnau... ¿Es un sentido más que aportas?



Procuro tener muy presentes los cinco sentidos a la hora de escribir y dar textura. No soy de grandes descripciones, porque ciegan al lector. Soy más de los impresionistas, que con brochazos hacen ver más de un paisaje o una situación. Y en esta novela ya que el sonido era lo que a mí me obsesionaba en un principio, queda todo impregnado.
Además tiene un lenguaje bastante metafórico con imágenes como el hueco del ascensor que se equipara al vacío interior del protagonista... ¿Eso está buscado?



Sí, y a conciencia, porque a veces la etiqueta de best-seller apaga cualquier otro esfuerzo literario que haya en la trastienda. Aunque suene un poco pedante, soy fanática de Proust, el gran maestro de la metáfora y cuando empecé a escribir intenté seguirle -humildemente.
¿Somos los humanos una conjunción tan simple de software, hardware y periféricos?



En realidad, aunque haya diferencias importantes, como los ordenadores nos quedamos un poco limitados sin los periféricos que son nuestros sentidos.
¿Tenías en mente un público objetivo cuando escribías la novela?



En esto debo reconocer mi egoísmo literario. Cuando voy creando los personajes, como yo soy la que lo está disfrutando, sólo tengo en cuenta lo que a mí me parece apasionante o lo que me intriga, porque creo que a ellos también les gustará.
¿Qué autores superventas te son más cercanos, porque hay cierta sequía del género en España?



Solamente está Pérez-Reverte dentro de este género de aventuras, pero creo que la crítica está muy equivocada, porque best-seller no es un concepto peyorativo y literatura somos todos. Otros países tienen es una larguísima tradición de respeto al género de aventuras y lógicamente eso da su fruto. Aquí nos hemos dedicado a machacar a cualquiera que quisiera dedicarse a esto. ¡No tienes más que ver las críticas a mis novelas: poca calidad literaria, personajes planos, no hay crítica social..., siempre los mismos tópicos! Y con esos mismos mimbres autores de otros países han llegado incluso a nuestra tradición en versiones adaptadas.
¿Qué opinas de los concursos, terreno en el que has tenido mucho éxito?



Empecé presentándome a concursos, donde mandaba mis cuentecillos. Aprendes mucho porque te exiges, porque sabes que lo va a leer gente de verdad, ganes o no y te da mucha fuerza ver que no eres tan mala, aparte de darte un dinerillo. En mi caso, un accésit, que guardo como el recuerdo más precioso de mi vida, el primer dinero que gané escribiendo.
¿La escritura es la salida natural al mar del periodista? A veces se nos acusa del trauma mal curado de no haber conseguido escribir un libro, superando las miserias de una profesión que no está muy bien vista...



Es una profesión muy digna y muy vanidosa, pero a cambio de ello, malvives y estás más de cara al espejo público, pero creo que hay de todo como en botica... El periodista lleva dentro la semilla de la escritura y ese libro escondido dentro, que es muy difícil que salga a la luz...
Ahora que se acortan los senderos entre la información y la prensa rosa ¿crees que la literatura es la vía hacia la escritura de calidad?



Nos dedicamos demasiado a enjuiciar lo que es de calidad y lo que no, catalogando a los best-seller de literatura B y decidiendo lo que es respetable, que a lo mejor no es tan bueno.
Por otra parte, hay un cierto rechazo a todos los que se dejan seducir por elfos y otras faunas, y abogas por mitología como la precolombina...



Ahora que desde hace cuarenta años nos hemos librado de una superstición de siglos, con Universidades que escupen licenciados y han elevado mal que bien nuestro nivel cultural, a mí -una de esas personas que ha escupido la Facultad- me da mucho miedo volver a caer en las redes de cierto esoterismo, sin vislumbrar una versión distinta a la historicista.
¿Desprecias como tus personajes la heterodoxia de la ciencia que no se adentra en lo incómodo?



Como sólo se acepta lo que viene dado por el positivismo científico, nos cerramos al resto, por ese miedo que te decía. Y por eso mis novelas son mezcla de fantasía, historia real y una teoría que no tenga que ver con la oficial, pero que también recogen los libros y la gente conoce.
Aparentemente tus novelas están muy documentadas ¿intentas que sean rigurosas en sentido histórico o integras más la ficción?



Lo más riguroso que sea posible. Obviamente no soy historiadora, pero los datos que están expuestos como reales, son reales y sólo entro donde hay lagunas, sin inventarme nada.
Como los vacíos geográficos que mencionas en “El origen perdido”...



Exacto, pero en este caso históricos, y en los que me permito que mi historia crezca como en “El último Catón”, donde una vez que supe que la tumba del emperador Constantino no aparecía por ninguna parte, me concedí la licencia de situarla en el sitio más probable, Estambul.
¿Dónde localizaste toda la materia prima?



Quería escribir algo sobre el lenguaje y leyendo “En busca de la lengua perfecta” de Umberto Eco, encontré lo del aymara como sistema algorítmico. Justo fue la época en que el genoma humano estaba en todos los telediarios y de repente, ambas ideas se unieron en mi cabeza. De alguna manera el código informático y el genético son casi idénticos, porque éste escribe en nuestras células como si fuéramos un programa y crea nuestro cerebro con todo nuestro bagaje.
En la novela cuestionas las artes militares de Pizarro en Cajamarca, planteas la guerra bacteriológica que fue la Conquista, el ADN que vino del espacio exterior a bordo de un meteorito, recuperas la reprogramación de personas, tan de moda en la guerra fría...



Si viene dado por las necesidades de la novela, temas como el terrorismo o el número de muertos que causamos los europeos al llegar a América surgen espontáneamente. Cuantos más datos recababa sobre Bolivia, por ejemplo, más injusta me parecía su situación para salir del agujero económico, porque unos dictadores a lo largo de su historia se han quedado con los cientos de miles de dólares de préstamos del FMI.
¿Es muy complicado para alguien que no ha estado allí pintar tan al detalle el Infierno Verde?



No es complicado, sólo es costoso de documentar. Internet me ha permitido, por ejemplo, ver cosas que físicamente no conocía, porque no soy partidaria de que haya que visitar el sitio para recrearlo. Además está mi miedo al avión....
Lo que sí queda claro es que el canibalismo departamental en las Universidades lo reflejas como si fuera una experiencia propia



Afortunadamente no, pero llevo años oyendo llorar a amigos sobre el tema.
Retomas el tema del camino de “Iacobus” con este esteta del código que es Queralt, en su viaje iniciático tras las huellas de Dose Capac y apuestas por el cambio a través de personajes dinámicos como esa abuela desatada, la Miss Marple de Vic...



Me hubiera encantado darle más juego... Es verdad que no hago un planteamiento filosófico a la hora de crear la novela, pero en todas hay un camino que hace que el personaje sufra una gran transformación, una ruptura con cosas que tenía marcadas a fuego. De alguna manera la ruta que se relata en “Iacobus” me impregnó más de lo que yo me imaginaba.
La trama de Daniel queda un poco descolgada, pues parece que le defiendes mucho al principio, pero al final le abandonas en pro de una historia de amor...



Probablemente no he conseguido mi objetivo que era ver cómo Arnau evoluciona. Primero desde una afectividad estrecha tomando a Daniel como su referencia, lo que se trastoca a partir de que entran en Lakaqullu. Cuando se da cuenta que es un ladrón no vuelve a hablar de “mi” hermano, sino de Daniel como algo que ya se ha alejado, con una separación incluso desde el lenguaje. En cuanto a dejar implícita su recuperación, no soy partidaria de finales tan ambiguos, aunque siempre me dicen que todas mis novelas parece que van a continuar.
Pero ¿por qué acabar la aventura de un solitario con un conato de romance?



Si te fijas, no dejo claro lo que es. Él en ningún momento se plantea el atraer a Marta como una historia de amor, sino como un reto hackeriano, de una manera muy racional. Está todo insinuado, porque a la primera que no le gusta lo rosa soy yo. Por eso lo trato muy colateralmente, aunque, si es algo que ocurre hasta en las situaciones más cotidianas, ¿cómo no se va a producir en una historia que te cambia la vida?
Respecto a “El salón de ámbar” hay una cierta continuidad en el tema del robo, de recuperar algo perdido, con una duplicidad de plano ficticio/real como en la película “El buen ladrón”, con lo desconocido del subsuelo barcelonés y lo tangible que resulta ser algo tan extraordinario como una Pirámide... ¿Crees que tiene fácil traslación al cine?



Eso dicen las productoras. Ha habido propuestas respecto a todas mis novelas, pero, aunque soy hija de la cultura audiovisual, he visto adaptaciones que me han horrorizado. Y aunque la gente presupone que como buena escritora de aventuras estoy aquí por dinero, respeto mucho a mis personajes y me cuesta demasiado hacer mis novelas como para cederlas sin un presupuesto que permita hacerlas dignamente.
¿Es más sencillo que acabes siendo pasto del mercado estadounidense?



Me da igual que sea europeo o que sea Spielberg, Steven como le llama mi hermana. He tenido ofertas alucinantes que he rechazado, porque no tengo una ambición de ser supramillonaria y sólo quiero vivir tranquila. El día que ceda los derechos, o estoy en la indigencia o lo habré visto muy claro.
¿Finalmente se encontrará dónde se aloja la felicidad?



En todas mis novelas siempre me quedan algunos asuntos pendientes de esos que te hacen pensar “no quisiera morirme sin que se hubiera desvelado” y con esto del cerebro tengo una especie de resquemor hacia los neurólogos, que en el mapa del cerebro lo han ubicado casi todo, pero no han dado con la felicidad. Todos sabemos que esto es un valle de lágrimas, pero cuando se constató que no tiene sitio de momento en el cerebro, me quedé muy impactada.

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