El sonido de la Igualdad



Bibiana vino el otro día a acompañarnos a la Agrupación de Centro y a trasladarnos todo lo que los medios de comunicación silencian detrás de esos más de 300 artículos que se han encargado de difundir los errores de la ministra de Igualdad. La Aido que diría un catalán es una mujer joven, por supuesto, porque nada de malo hay ni en la juventud, ni en la condición femenina, por mucho que para muchos de los comentaristas de la actualidad lo uno y lo otro sean argumento suficiente para denigrar al oponente.



Pero sigamos..., la ministra estuvo con los que quisieron acercarse a la agrupación para explicar de forma meridiana que no puede haber polémica en si consentimos en que una joven de 16 años decida abortar, cuando ya está reconocida su capacidad legal para someterse a intervenciones quirúrgicas de todo tipo. Y porque negar la mayor, rechazar que los adolescentes comienzan tempranamente a mantener relaciones sexuales sería, amén de un eufemismo obsceno, un fácil modo de evitar la búsqueda de soluciones al problema de los embarazos no deseados. Por eso es bueno que la ministra sea joven, porque para ella no queda tan lejana la edad de la adolescencia y no promueve leyes desde el anquilosamiento, sino desde su proximidad con una realidad que quizá los padres y madres quieran echar en el olvido para no afrontar la verdad.



Y es bueno que sea mujer porque, pese a que alguno le echase en cara su “falta de interés” por las circunstancias de colectivos como los LGTB, nadie mejor que una mujer para ponerse en el lugar del agraviado en situaciones de discriminación. Las mujeres contamos con una amplia trayectoria como víctimas de la desigualdad en casi todos lo frentes y de ahí que hagamos nuestra la reivindicación de quienes, como nosotras, pretenden conseguir un mundo más para todos. En esa línea, la ministra expuso cómo las directrices de su encomienda dan cada vez un paso más, implicando no ya a las mujeres en la autodefensa y la concienciación contra la violencia de género, sino a los hombres, visibilizando a los que ya han decidido caminar con nosotras. Cambiando además el enfoque de las campañas televisivas que hasta ahora se dirigían a que las mujeres denunciasen y que desde hace ya meses intentan alentarlas a que lo hagan, sí, sin escudarse en la familia, una de las razones más recurrentes de las mujeres maltratadas para no romper el vínculo con el agresor (“si no lo hago es por mis hijos”).



Y no dudó en responsabilizar a los medios de comunicación de los duelos y quebrantos que nos merendamos cada día, delante de la pantalla, inermes ante el trato vejatorio y diferenciado que hombres y mujeres siguen recibiendo en nuestras series de televisión, ancladas en un pasado casi landista, mientras en los telediarios se aboga por una Igualdad que no termina de llegar.



Bibiana que es lista y que ha aprendido a templar el aire de las palabras en los tiempos de la Agencia Andaluza del Flamenco, pisa con ese tacón gris plata, casi al compás, en un intento de no perderse en discursos, en un esfuerzo por conciliar reflexión y cercanía, para no endosar al auditorio una de esas jaculatorias feministas de las que tanto la acusan quienes poco la han oído y que tan fácil le sería si sólo le interesara adoctrinar al público entregado. Porque de haber escuchado a Bibiana Aido todos esos demócratas de nuevo cuño que habitan en las ondas habrían entendido por qué enfatiza con un pito de sus dedos al decir estereotipo, por qué no se atusa el pelo como muchos esperarían de una mujer brillante, joven, pero también guapa o por qué no pierde la sonrisa.



La ministra no tiene nada que ocultar de la que ya es una larga experiencia en la que ha sabido conservar su raíz andaluza –de ahí el gesto-, sosegar a los amantes de lo tremendo y conservar una risa franca a veces y contenida en otras, para no echar a correr a los perros de la mala leche que algunos querrían desatarle. Tal vez por ello ese gesto con el que quienes observamos su comparecencia nos quedamos; ese abrir y cerrar de sus manos entre bendiciendo y agarrando las riendas, sabedora de que su obligación a la hora de hacer los arreglos fuese adecuar una melodía que por sabida, dejamos de entonar. Una lección del siempre genial Lorin Maazel, que también sabe quitar solemnidad a proboscidios escénicos, con su forma de atacar la partitura. Porque entre tanto desmán mediático, tanta renuencia de la RAE a poner más morado y menos tecnología en el diccionario y tan exiguo presupuesto –material y antropológico-, a la ministra no le queda otra que armarse de senequismo y apechar con la tormenta, porque tarea le queda por hacer... y tiempo.

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