VOF Week 4: (¡Si nos dejan y no dejamos de intentarlo!)



Hace unos días leía en un libro de Sylvia Brownrigg, "The Delivery Room” una encendida defensa de la obligación que todo ciudadano tiene de estar informado para poder ser plenamente partícipe de la sociedad en la que vive y que atribuían a Churchill.
Esta misma mañana en el avión que me devolvía a mi ciudad, Madrid, una noticia del diario explicaba que según un reciente estudio de la Universidad Complutense la interrupción de embarazos no deseados cada vez era más frecuente entre mujeres inmigrantes que entre las españolas, víctimas de la precariedad laboral y de la temporalidad en el empleo, es decir, que para unos la crisis parece estar haciendo mella en ellas y para otros, la explicación es que, paulatinamente se van incorporando a las pautas de planificación familiar de las sociedades avanzadas, decidiendo sobre su cuerpo –quizá presionadas por un marido asfixiado por las dificultades económicas, eso sí-, lo que tal vez sea un síntoma de que estas mujeres inmigrantes son un poco más libres, porque eligen por ellas y por sus hijos/as, abandonando ese tremendismo moralizante de lo irremediable que ha hecho de ellas prisioneras de la falta de información y permanentes deudoras de una estructura patriarcal a la que esos hijos no deseados las vinculaban más y más hasta atenazarlas.
Supongo que ser parte de Voices of Our Future me permitiría contar mis impresiones de una sociedad presuntamente desarrollada, con todos los involucionismos que supone el enfrentarse a la vida cotidiana y aportar mi pequeña panorámica desde España. Porque creo que uno de los grandes éxitos de esta iniciativa es el de poner en contacto a personas de latitudes tan diversas como África, Europa o América, ya que a través de los medios de comunicación convencionales las noticias sobre temas relacionados con las mujeres siempre tienen un matiz siniestro o cuanto menos poco acomodado a las vivencias diarias que todas sentimos.
Pienso si hay espacio para nosotras en los periódicos más allá del goteo estadístico de mujeres que consiguen equipararse profesionalmente a sus compañeros, o de las que padecen maltrato físico o psicológico. Son siglos de reivindicaciones por una igualdad que se resiste y que en la Semana Santa gaditana la he visto reflejada en los pasos procesionales, revisando las fotos de un momento lúdico, testimonio finalmente de un continuismo que siguen pesando. Para los que no hayáis visitado mi país, debo explicaros que se trata de una celebración cristiana en la que se conmemora la pasión y muerte de Cristo que escenifica todavía la ritualización de un mundo que no termina de pasar a la historia y que en los artículos “Losing Innate Female Wisdom” y “Taking Back the Wisdom of the Feminine” he visto como en un espejo. Por un lado, tenemos la imagen de la Virgen, encumbrada entre lo que los andaluces llaman “faroles”, velas o luminarias para adornarla. Una mujer elevada y lejana, sola, ante la inminente crucifixión de su hijo, vestida de pies a cabeza con un manto que bien podría recordarnos los burka de otras latitudes. Alrededor de ella, los feligreses que le demuestran su devoción y con ello recluyen aún más su figura en esa posición inalcanzable de veneración que paraliza a las mujeres en su condición de madres, de sufrientes, de responsables de la perpetuación de la sociedad. Y bajo el paso, los costaleros, cargadores o anderos –hombres que llevan el peso del paso procesional, entre los que rara vez se admite que participen las mujeres-. Luego están las damas de negro, mujeres que, aunque en España ya se ha desterrado esa tradición de arrastrar el dolor como penitencia pública, en momentos religiosos como éste, vuelven a hacer exhibición de las esencias oscureciendo sus vestiduras –algo que, afortunadamente y gracias a las tiendas de conveniencia ha ido desapareciendo, regalándonos abuelas vestidas de colorines- como si a nosotras nos correspondiera una vez más ser las guardianas del silencio, de la pesadumbre como en la obra de Lorca, “La casa de Bernarda Alba”. Toda una representación teatralizada, nunca mejor dicho, de lo que nos destina todavía nuestro via crucis vital, dejar de estar oreadas bajo el palio y respirar aire fresco. ¡Si nos dejan y no dejamos de intentarlo!

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