No violencia: Tu riqueza y la mía



¿Hay o no hay maestros? ¿Hay o no hay gobierno? ¿Quien cuida de nosotros? Si hay niños drogándose en las calles, si hay explosivos vendiéndose en El Alto a la luz del día (una de las ciudades más violentas del país), no es culpa de nadie, mucho menos SUYA, estimado lector, porque USTED no tiene culpa.



Claro que no es su culpa. ¿Cómo? Se preguntará usted, puedo ser culpable de lo que otros hacen, ¿acaso no hay ‘instancias’ que resuelvan estos hechos? ¿Dónde está la iglesia? ¿Los derechos humanos? ¿la policía? Que se encarguen todos, que tomen su rol.



Que fácil, así nomás, estamos exentos de toda culpa. Como si el mundo, o tu calle, estuviera en un video y tú, cómodamente sentado, usted señora y usted señor, comentaran una película.



Hay un problema aquí. En el video puede estar uno de sus hermanos, hijos o nietos, muertos en explosiones o desgarrados por las drogas. Pero si usted es soltero, poderoso, rico, blanco, indígena en el poder, café con leche pero con plata, o gamonal del Gran Poder, eso no le importa mucho, porque usted no es culpable.



Pero la película sigue y usted va por la calle y se tropieza con gente pobre que le pide algo, y en su casa, cuando no, siempre hay alguien que le ‘molesta’, con cosas como un explosivo que revienta en sus manos, o con una nariz que ya no sirve tanto pasarla con cocaína. Datos menores.



Lo que importa es que usted no es culpable. Si la gente se agolpa en las esquinas gritando por cualquier cosa, problema de ellos. ¿Porqué no le dejan en paz? Porque la paz, estimado lector, no le pertenece a nadie, ni a los que dicen que luchan por ella. Menos aun a los que dicen que no habrá paz mientras esto o lo otro, porque ellos son los primeros en crear pobreza.



‘Ni una sola hoja se mueve sin el permiso de todo el árbol’, es el proverbio chino que quiero que usted recuerde desde hoy, por el resto de su vida. Usted, cerca o lejos, dio permiso para que se muriera el indígena potosino cuidando su tierra.



Usted también dio permiso para que la señora Jennifer Wissemberg, esposa de un anterior Director Nacional de Aduanas Cesar López, fuera asaltada, apuñalada 20 veces y golpeada hasta perder un ojo.
También dio permiso para que alguien enviara un sobre con explosivos a la Sra. Surco, quien está a punto de perder por lo menos un ojo. Aunque ella tenga dinero para ir a USA a atenderse, su ojo nunca volverá a ser el mismo. Y casi muere.



Que usted no lo sepa, no quiere decir que no sea cierto. El permiso lo damos todos cuando permitimos que la pobreza nos inunde. ¿Usted cree que hablo de pobreza de dinero, cierto? Pues vea que no… ya que este tipo de pobreza es muy fácil de arreglar.



Hablo de la pobreza espiritual que nos inunda. Sí. Cada vez que usted en la calle grita más fuerte que alguien, está actuando de manera violenta, hiere de muerte al diálogo, y se enferma de pobreza espiritual.



Lo mismo en casa. Cada vez que, borracho o drogado, le grita a todos que usted se rompe trabajando para darles su gusto, hiere de muerte a la paz del hogar. Porque para que exista la paz en su hogar usted necesita ser no violento en sus acciones.



Igual, para que exista paz en su patria y en su comunidad, todos necesitamos que usted SEA NO VIOLENTO. Ya ve, cada vez que se habla de la paz, no se habla de ser pacífico y mucho menos de ser no violento. Es que así conviene a los que trafican con la paz para hacerse ricos y poderosos: hablar de la paz como algo que les concierne sólo a las reinas de belleza, no como algo que usted DEBE tener en su vida diaria.



El monstruo de la pobreza espiritual tiene dos cabezas: la violencia y la ignorancia. Pero la violencia es la madre de toda miseria. Así que cuando usted y yo asumimos que somos responsables de esto, dejamos de ser … miserables, pobres de espíritu.



La posibilidad de decidir ser rico en espíritu es gratis. Y es tentadora, atrayente, y pone al alcance de su mano SER la diferencia. La riqueza verdadera, no es propiedad de nadie, y es gratuita como el aire, e igual de necesaria…

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