Un mundo de posibilidades



Bolsitas señora, bolsitas! Dos por un boliviano nomás! Ya pues comprame! Así grita Lucina todas las mañanas al acompañar a su madre a vender en el mercado. Su mamá nació en el campo, donde de niña todas las mañanas iba a traer el agua, prendía la leña para el desayuno y ordeñaba la vaca para tener leche.



Ahora vive hace cinco años en la cuidad. Es grande, enorme para ella. Y su hija también tiene que ayudar a trabajar, así es como siempre ha sido. Sólo que esto nos el campo. No hay vacas para ordeñar, ni leña que prender. ¿Cómo entonces ayudará Lucina a su mamá? Vendiendo bolsitas! En el campo no hay mucha gente y la ayuda es sólo para la familia, todos hacen lo mismo y son casi iguales respecto a cómo viven.



Lucina en la ciudad es toda una historia. Ella debe luchar contra los pisotones de las señoras compradoras, los otros niños que también quieren vender bolsas, los perros que la quieren morder, los cargadores que la empujan de un lado a otro, y los gritos de su madre cuando no vende suficiente. Ah, sin olvidar los autos, los ladrones y los borrachos que abundan cerca de los mercados.



Entendamos que la madre está solamente respondiendo a su cultura: culturalmente, las niñas aymaras y quechuas son fuerza de trabajo, igual que los niños. La niña aymara tiene muchas responsabilidades, que cuando se traspasan a la ciudad, de manera inconsciente la madre está abusando de su niña, porque las condiciones son diferentes. Pero ni Lucina ni su madre se dan cuenta de esta falla cultural.



Y Lucina trabaja. Su realidad es penosa, porque recién sus nietos o bisnietos sentirán la necesidad de cambiar esta programación cultural con la que vinieron a la ciudad. Y Lucina trabaja. Su realidad, estimados lectores, seguirá así por años si no comprendemos que la cultura es algo vivo que se puede cambiar. Cuando entendamos que el cambio es bueno y no amenazante, comenzará la revolución en la vida de Lucina.



Lucina no necesita solamente ir a la escuela. Lucina necesita dejar de trabajar. Para que esto pase, su madre deberá comprender que en realidad abusa de su hija cuando ella le “ayuda” en el puesto de venta. Los municipios deberán ser los primeros en incorporar esta nueva manera de actuar, esta corrección a nuestra cultura indígena aymara y quechua. Las niñas como Lucina lo merecen. Hacer entender a la madre que ya no está en el campo no será fácil.



Sin embargo, comenzar por entender que es necesario cambiar este rasgo cultural significará un avance inmenso en la vida de Lucina. Por fin su caso estará en la agenda social de todos los gobiernos, sean municipales, prefecturales o nacional. Porque si los que ostentan el poder, cualquiera sea su color político, son capaces de entender que el trabajo de Lucina en la ciudad es denigrante, no igualitario como en el campo, y apoyan al cambio cultural, esto se reflejará en todo su caminar.



La solución para Lucina no es fácil, sin embargo es posible y con menos recursos de los uno imagina. Capacitar a los grupos de poder respecto a los derechos de las niñas ya se hace, sin embargo, aun no se ha puesto el dedo en la llaga: el cambio cultural.



Cómo funciona la cultura dentro de la economía



Las culturas aymara y quechua rigen y extienden sus brazos en toda Bolivia, todos los estratos sociales están influenciados por ellas. Es preciso reconocer que uno de esos puntos comunes de influencia es la indiferencia con las necesidades de los niños, pero especialmente de las niñas. En la cultura aymara y quechua el niño es una fuerza de trabajo más, y se tienen más hijos e hijas porque se necesita quien traiga agua, quien recoja frutos y quien ayude con los animales cada mañana.



Cuando este tejido cultural, con este modo de ver a los niños, se traslada a las ciudades, existe un choque cultural muy fuerte debido a que en la ciudad no hay rebaños que cuidar, ni campos que cultivar. Entonces, los niños deben ayudar a sus madres en sus trabajos. Los padres migrantes se enfrentan a la realidad lacerante de trabajos indecentes, que los mantienen expuestos a la intemperie, en lugares ófricos y poco saludables, donde sus hijos deben… ayudar.



Como en su vida en el campo, los padres migrantes intentan que los niños tengan las mismas responsabilidades que en el área rural, y sólo consiguen crear el ambiente propicio para el abuso a la niñez. Sus hijos terminan criándose en las calles, ya que los trabajos de sus padres están allá, especialmente en aquel enorme grupo de comerciantes minoristas que abarrotan las calles de las principales ciudades.



La cultura, sin embargo, está viva. Se recrea y se adapta a las nuevas condiciones. Sin embargo, mientras cerremos los ojos ante la realidad de nuestra cultura respecto al trato a los niños, ésta se recreará en formas no deseadas. Por ejemplo, de la realidad de trabajo de una niña en el campo, que tiene que traer agua todos los días y ordeñar las vacas cada mañana, encontraremos en la ciudad a una niña que debe levantarse a las cuatro de la mañana para ir a abrir el puesto de venta de verduras en el mercado, a la intemperie, con sólo una taza de sultana en el estómago, y ambulando, vendiendo bolsas de plástico mientras su madre vende las verduras. Ella tiene apenas cinco años, pero ya es una vendedora experta, que sufre los pisotones y los gritos de otras vendedoras, clientes y hasta la mordedura de perros que por allá pululan.



Estos padres migrantes no saben de economía. Lo que les preocupa es simplemente llenar la olla diariamente. Los gobiernos municipales tienen la obligación de incluir dentro de sus programas a las mujeres migrantes y a sus hijas. Deben reconocer que gracias al trabajo silencioso de las mujeres vendedoras, la economía del país se acelera. Ellas hacen los trabajos peor pagados, mientras la sociedad no reconoce su labor de una manera consciente.



El cambio cultural implica una revisión de nuestra manera de ver el trabajo femenino en los mercados. La economía se verá muy favorecida cuando su base, las mujeres vendedoras en los mercados, sea tomada en cuenta para mejorar sus condiciones de vida, y así también llegaremos al cambio cultural en la vida de Lucina.



Este cambio es el único verdadero para ella, y llenará su mundo de nuevas posibilidades, y se abrirán ante sus ojos hermosas oportunidades de crecer más sana, más grande, más persona... y menos discriminada.

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