Mi experiencia en el desarme.-



Tenía 24 años (ya graduada de abogada) cuando un portero de una discoteca de mi ciudad le disparó al carro en el que andaba una amiga en medio de un confuso incidente. La suerte no la acompañó y el disparo fue fulminante, muriendo en el acto. El dueño del lugar, a nombre de quien estaba el arma, nunca respondió ante la justicia por el delito; solo pagó el portero, quien (entiendo) todavía cumple condena. A la madre de mi amiga la indemnizaron con una cantidad de dinero que no viene al caso.



Nunca imaginé que a los pocos años me iba a convertir en investigadora y activista por el desarme y una cultura de paz. Hay hechos que marcan un antes y un después. Mi oportunidad vino por vínculos muy primarios: mi pareja en ese momento presidía junto a un amigo una ONG pequeña vinculada a una coalición latinoamericana que trabajaba para la prevención de la violencia armada, y justo necesitaban a un investigador/a que diera seguimiento a este tema y lo impulsara a nivel nacional. Yo por supuesto que acepté el reto.



No tenía mucho conocimiento puesto que nunca había investigado el tema antes, y me enfrentaba a un grupo de expertos/as 1A, a los más reputados investigadores sobre violencia armada de la región. La coalición estaba dirigida por un grupo de 4 personas pertenecientes a 4 de los países miembros. República Dominicana fue electa. Recuerdo que en la primera reunión de trabajo, en la majestuosa ciudad de Buenos Aires, Argentina, nos esperaba un periodista de Clarín, uno de los diarios más leídos de allí, para entrevistarnos en relación a la situación de violencia con armas en cada uno de nuestros países. Improvisé como pude, pues no estaba tan fogueada con los datos como mis otros compañeros y compañeras. Aun la entrevista se puede encontrar en Google.



A partir de ese primer viaje, las investigaciones y el lobby no pararon. La coalición era parte de varios grupos y campañas internacionales en procura de la adopción de un primer tratado mundial de comercio de armas, hoy ya aprobado. La incidencia local también se hizo cada vez más pujante. Con apenas 26 años me convertía en la cara del control de armas en República Dominicana.



Invitaciones a programas de radio y televisión aun llueven, así como a eventos (académicos y no tan académicos), para hablar sobre lo que sigue siendo un tabú en el debate público, no obstante las altas tasas de muertes violentas: desarme de la población civil. Se me dio el chance de ser una voz autorizada en un mundo dominado por hombres (el de la seguridad), cuestión que todavía cuesta.



Muy pronto aprendí que la inseguridad impacta de manera diferenciada a las mujeres y que las armas juegan un papel de primer orden en la perpetuación del ciclo de la violencia de género por lo que representan. Puedo decir que visibilizar esa realidad se ha convertido en una especie de obsesión, en mi leitmotiv, a pesar del caso omiso de las autoridades y de la ausencia de fondos para investigación. La industria del miedo vende y deja demasiados beneficios como para siquiera pensar en una política de desarme a favor de las mujeres víctimas.



Gracias infinitas a ustedes por hacer escuchar nuestras voces.   

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