“Pensé que no iba a venir



No Rosita, si pensaba venir. Pero solo me demoré un poco. Crucé su entrada y no me sorprendí ver su casa. Era lo que esperaba. Tal vez más de lo que esperaba. “Ahí me perdonará que esté tan viejita mi casa”. Y yo seguía muda sin poder salir de mi asombro.





Aquella mujer que cada viernes me lleva de regalo flores a María Flores, vive en una pequeña casa de tapia, que seguramente tiene orden de desalojo por su propia seguridad, tal vez, desde hace más de veinte años. No Rosita, esta casa esta hermosa. Y era cierto. Es hermosa. No tiene color. Sus paredes llevan tatuado el paso del tiempo y se decoloraron todas, si es que alguna vez tuvieron color.





Al cruzar por la puerta principal, veo que un clavo, la separa del mundo inseguro que tal vez existe afuera. Allí tras su puerta, está todo. Principalmente recuerdos. Mientras escribo esto, quiero llamarla. Para saber cómo se siente. Casi siempre está sola. Tristemente. Y ella lo sabe. Y lo sabe su casa. Sus sillas, su cocina, su huerta. Aún no la llamo, pero lo haré. Porque hoy ya forma parte de mi vida. Y no solo d elos viernes.





¿Y quienes son todos esos Rosita? A ver al que fue su esposo. ”Hay, pero yo acaso tengo fotos de él. No ve que cuando estábamos juntos no habían cámaras. ¿O si? Bueno yo no sé. Pero no tengo. Ah. Si, espere se lo muestro”. Y Rosita va en busca de una bolsa. Negra intuí. Ya conozco mi gente del campo. Y del a selva también. Todo va en bolsas. Cédula y todo. A ver Rosita muestre a ver ese bizcocho. Y me saca una fotocopia de la cédula de su marido que parece que la hubieran hecho hace unos doscientos años. Pero Rosita, qué es esto. Yo acá no veo nada. “¿No ve? Ah no mija, vaya al doctor, me dice Rosita.





Yo si lo veo patentico. Pero Rosita, ¿cómo así? Acá no se ve a nadie. Y ella mira la hoja y me dice, ¿no? ¿Usted no ve nada? ¿Entonces quién es ese que hay ahí pues? Y yo la miro con todo el amor que puedo, porque reconozco que ella si lo ve, y siempre lo verá. No pude contener las lágrimas y ella no entendió. “Pero mijita, ¿por qué llora? Tranquila que donde el médico le va a ir bien. Seguramente él le manda gafas. No se preocupe.” Y yo, como ahora, no podía contener mis lágrimas. Era demasiado para mi corazón. La abracé y ella me sobaba porque era yo la que estaba realmente mal. Muy mal. Y me beso la frente.





Salí de su casa. Era tarde. Hacía frío. Me había dado un delicioso chocolate parviado y me había alimentado el alma y el corazón. Llegué llena de flores a casa y desde entonces cada día la llamo. Escucha poco. Pero escucha sus recuerdos. Y ve a sus seres amados. ¿Qué más podía pedir? No está loca. Es la mas cuerda de las cuerdas. Tanto que habita con ellos aún desde ese lugar en el que ellos ya no están. Y ellos la acompañan. Y creo que cada noche su esposo, le besa la frente. Y la acuna. Y le cuenta historias y ella ríe.





Rosita, hola. ¿Cómo has estado? ¿Con quién hablo? Soy yo Rosita, Martha. “Ay Marthaaaa”. Y debo hablar con ella. Porque mañana la visitaré y le llevaré flores.





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