Quién podría creer



Que han pasado más de veintiún años desde que conozco este maravilloso departamento. No todo. Ojalá. Poco. Pero lo que conozco me es suficiente para gozármelo aunque haya momentos en los que tuve o que quisiera salir corriendo.



Es tan hermoso. Tan impredecible. Su humedad tan alta y su lluvia toda como anoche que mientras dormía yo pensaba que íbamos navegando. Y seguro que sí. Porque me dejé seducir por la magia y el placer de la lluvia y de las olas y viajé… A lugares inhóspitos. Como los que visito siempre en este chocó amado. Unos en donde hasta de tanta belleza quedo perpleja. Un colibrí se acerca. Va allí. Liba del néctar de una flor que lo embriaga como me embriaga él a mi. Y yo me dejo. Y él también.



Y apenas puedo percibir que el cuadro de la cortina también está en la mitad de la ventana. O sea, nada está donde debiera. Y aún así me es perfecto. No siempre. No del todo. Pero aprendí a amarlo en su imperfección. Porque todos lo somos. Todos. Sin escapatoria. Y menos él. Pero de lo imperfecto es deliciosamente perfecto. Me muero de amor por tanta placidez puesta en un mismo lugar.



Quién podría creer que después de veintiún años, uno ame tanto un lugar y lo disfrute aún cuando la guerra te robe la paz que sentías y quienes la hacen te roben lo poco que tenías y la naturaleza te tumbe el techo… y todo parezca ese exceso que somos y la arepa de huevo sea más grande de lo que pudieras esperar y los gallos canten desde las cuatro a.m. y tu perro Lolo deba regresar contigo, aún cuando tú no quieras regresar.



Cómo mejor describirlo. Las loras pasan bajito. Y el cielo está gris como si fuera Santa Elena pero es caluroso. Mucho. Excesivamente. Maravillosamente. Y todo pasa en el afuera. Ahí al lado. Las casas son bastantes afrodescendientes. O sea, extrañas. Porque una casa está encerrada en otra. Como parte de una herencia que dejaron los esclavos de no querer que les conocieran su vida íntima. Y toda puerta está cerrada con un clavito que amo. A mi regreso pondré uno en alguna parte. Son los mejores cerrojos. Así como los palitos que uno gira y uno está ya afuera. O adentro.



Quién podría creer…







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