Somos recuerdos



De cada instante. De muchos. De todos. Recordamos a través de la música. De un olor. De un instante pasajero que nos trae a la memoria lo que vivimos. Lo que fuimos. Lo que éramos. Lo que buscábamos y soñábamos. Lo que pensamos.





Somos recuerdos de nuestra propia historia. De esa que construimos con nuestras emociones. Con nuestras sensaciones. Con nuestra vida. Con cada día. Con cada amanecer. Con cada atardecer en donde esa puesta del sol se nos borra y nosotros intentamos mantenerla para siempre.





Somos el día y la noche. El viento y la brisa. El mar en verano y en invierno. Somos la luz y la oscuridad. Somos el recuerdo eterno de nuestra vida en las alegrías y las tristezas. Somos la familia y el individuo que llevamos dentro. Somos los amigos y los recuerdos que tenemos de todo y de todos. Procuramos no olvidar. Procuramos no repetir. Procuramos mantener. Pero cada instante se va y llega uno nuevo y con él las risas. O las lágrimas. O el otoño o el invierno de nuestro espíritu.





Somos recuerdos simples. Porque ya no están. Se han ido de nuestra vida aunque intentemos mantenerlos. Ya no existen. Quedan sus huellas. Sus sensaciones. Esas que nos erizan la piel. Esas que nos hacen en un momento cualquiera hacernos sonreír o sonrojar. Acongojar o ser felices. Porque todo está ahí. En esos recuerdos que llevamos grabados y tatuados en nuestra piel.





Somos recuerdos. Somos ilusiones. Somos parte del todo y ese todo nos reclama para escribir en nuestras vidas su historia. Somos ese cosmos complejo y a la vez delicado. Parte del universo. Somos el recuerdo de esa explosión. Y siempre lo seremos. Somos el caos. Y el orden también. Somos un poema escribiéndose. Y lo escribimos con cada encuentro. Y con cada desencuentro. Y con los deseos de ser alguien mejor. Siempre.





Somos recuerdos de nuestros padres y de nuestros hijos. Somos recuerdos de nosotros mismos y de los otros. Somos esa arena tibia que caminamos. Y ese plancton fosforescente. Somos esa estrella fugaz. Somos esa cima blanca de aquellas montañas nevadas que ya pocas quedan. Somos esa selva húmeda y calurosa. Somos valle y sabana. Somos mar y río. Somos poco y nada de todo. Somos la sonrisa inocente de aquellos niños que fuimos. Somos la pureza con que nacimos. Somos el fuego y la tierra. Somos el aire y el agua salada que brota aún de nosotros. Somos esas lágrimas que derramamos. De alegría o descontento. Somos fugaces.





Somos recuerdos de un tiempo. De un instante. De la sumatoria de miles de instantes que llevamos guardados en nuestra memoria. Colectiva o nuestra. Somos eso. E incluso mucho más.

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