Perdemos



Cuando no somos capaces de llegar a acuerdos. Cuando vemos la vida solo desde nuestra perspectiva. Desde nuestro color. Nuestra raza. Nuestra religión o fe. Desde el lado que solo podemos ver nosotros.





Perdemos si no aceptamos la diversidad. Porque en ella está el todo. Y todos somos el todo. La sumatoria. De creencias. Colores. Razas. Religiones. Partidos. Somos tan complejos que cada una de nuestras células nos llama a gritos por aquello en lo que creemos y lo hacemos olvidando al otro. A ese que está tan cerca de nuestra piel que nos quema. A esos que son nuestra familia. Nuestros hermanos. Nuestra madre y padre. Nuestros hijos. Nuestros amigos.





Perdemos cuando creemos que el mundo es el que vemos. Porque el que no vemos también lo es. Y ambos son. Y se complementan. Y son la unión. Y son la fortaleza. Y la fuerza. Y la verdad. Y la justicia. Y la transparencia y lo oscuro. En los complementos está todo. Allí se encuentran ese verde oscuro con la claridad de las montañas y el cielo con el azul perfecto de un amanecer con tintes rosados.





Perdemos cuando no escuchamos. Cuando nuestra palabra va primero. Cuando nuestras experiencias priman sobre la de otros. Cuando no paramos e hablar y de opinar sin escuchar al silencioso. Cuando subimos nuestra ceja ante la diferencia. Ante quienes amamos locamente los animales o el monte. Ante quienes se desviven por andar frenéticamente en las ciudades insostenibles.





Perdemos cuando no somos capaces de tomarnos de la mano como hermanos y sanar aquello que duele. Esos vacíos. Esa desesperanza. Esas situaciones en las que nos pone la vida. Esas en las que hasta nos inventamos. Esas en las que nosotros mismos nos ponemos como retos personales para ser siempre mejores humanos.





Perdemos cuando un amigo se aleja. Cuando un familiar no te habla. Cuando una discusión no termina en risas. Cuando las risas no terminan en un abrazo fraterno. De complicidad. Porque puede que no haya otro. Porque puede que la vida nos tenga en la esquina preparada una lección. O muy cerca. Allí en donde no podemos ver el acecho de lo inesperado. De lo invisible. De esas experiencias que tanto tememos.





Perdemos cuando no sonreímos al despertar. Cuando no somos capaces de ver la belleza de todo aún cuando haga frío y solo veas el sol en tu memoria. Y la lluvia se apodere de todo. O la hojarasca cubra todo. Hasta tus pasos. Hasta tu caminar. Hasta tus recuerdos.





Perdemos cuando no hallamos la paz en nuestros corazones. Porque allí es donde ella habita. Y siempre está a la espera de que la invitemos a inundar nuestro espíritu con ella. A pesar de todo. A pesar de las desilusiones. De las discusiones. De las dificultades. De las consecuencias de nuestros actos. De la falta de fe. De la desesperanza.





Perdemos cuando no nos vemos. Cuando nos desconocemos. Cuando no sabemos quien vive en nosotros. Y porque hacemos lo que hacemos. O porque dejamos de hacer lo obvio. Lo evidente. Lo necesario. Lo que es. Lo que tiene que ser.





Perdemos cuando la humildad no es nuestra aliada. Cuando la sonrisa del débil no nos conmueve. O cuando la mano de un hermano se nos hace lejana. O la de un amigo. O la de un hijo. O la de esos seres que nos encontramos por ahí y que deben tocar nuestro corazón.





Perdemos cuando nos perdemos en este viaje de la vida. Y nos dejamos llevar por lo que no es. Por lo que no hará a nuestro espíritu más hermoso. Más sutil. Mas liviano. Mas humano.







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