INTERNET QUE CONSTRUYE HOGARES



¿Te imaginas poder ayudar a una comunidad a reconstruir su casa gracias al Internet? Esta es la historia de Pablo, quien después de sufrir un accidente y ser salvado por Juan, logró unir fuerza en Internet y \"pagarle\" de una manera inesperada a este nuevo amigo.



INTERNET QUE CONSTRUYE HOGARES



Estoy muy orgullosa de Pablo, mi hijo, y quiero contarles por qué:



Pablo y su mejor amigo Rogelio paseaban como casi todos los sábados, en sus bicicletas de montaña. Lo hacían de forma regular desde hace muchos años, eran amigos de la infancia, de aquellas buenas relaciones que retan, que ayudan a crecer, que aportan y estimulan.



Los padres de Rogelio y nosotros teníamos una casa de campo en una zona boscosa, cerca de la ciudad donde vivimos. Cada fin de semana se encontraban listos desde muy temprano, para sacar sus bicicletas y dejar que las rutas los llevaran a reconocer caminos empedrados, veredas estrechas, subidas retadoras o bajadas de colinas que sólo con mucha experiencia en el ciclismo de montaña se podrían hacer sin el riesgo de tener una caída con consecuencias graves, como la que aquella mañana de verano le sucedió a Pablo.



Ya habían recorrido la vereda llena de espacios divertidos en varias ocasiones, pero aquel día habían decidido cambiar la ruta de regreso por el camino que un amigo les había dibujado como un trazo con curvas divertidas, con pendientes empinadas y, al final, un pequeño río que colindaba con un caserío, así que les pareció la mejor de las ideas, acomodaron la cámara a su casco, y emprendieron su viaje.
Todo habría sido perfecto, como en sus habituales recorridos, pero Pablo resbaló en la última parte del trayecto y, al caer, una piedra lo hubiera golpeo con el pedal derecho, y por si fuera poco, rodó estruendosamente colina abajo. La bicicleta terminó golpeando un árbol, y Pablo quedó tendido en el suelo, con lodo, golpes por todo el cuerpo, y una pierna muy lastimada.
Rogelio, quien había visto aquella caída como una escena de cámara lenta en el cine, dejó su bicicleta en el camino, y corrió al rescate de su amigo. La pierna se le había quedado enredada entre la llanta delantera y el volante. La escena era tenebrosa la sangre escurriendo en realidad era lo de menos.
—¿Qué tan mal estás? — Dijo Rogelio intentando hacer del momento algo no tan dramático— Tranquilo, no te muevas.
—Amigo…creo que me rompí un hueso.
—¿Tú crees? —le dijo, sabiendo que era obvio—
—De acuerdo, no te muevas.
Rogelio dobló su sudadera de tal forma que sirviera como almohada.
—Por favor trata de relajarte, iré a buscar ayuda, mi celular no tiene señal.
Rogelio regresó a su bicicleta y, sin importarle el peligro de aquella bajada resbalosa, se apuró a recorrer el sendero. Cuando llegó a la parte baja alcanzó a ver el humo que escapaba de entre los árboles, de aquellas pequeñas casuchas de cartón y madera.
—¡Buenas tardes!, —gritó al acercarse—.
Un viejo sentado al lado de unos borregos contestó su saludo, lo miró con aquella inteligencia que la edad entrega y le respondió —¿En qué puedo ayudarlo?—
—Mi amigo se cayó de la bici y se rompió la…bueno, no sé, se rompió algo, creo que también una costilla, no puede caminar, tenemos que bajarlo y llevarlo al doctor.
Don Lupe, así se llamaba el anciano, señaló una casa de tejado rojo y dijo:
—Allá vive mi hijo, debe estar adentro, toque en la puerta, él puede ayudarlos.



Rogelio no dio ni siquiera las gracias y corrió hacia donde indicaba el dedo del anciano, tocó la puerta y al instante que la puerta abrió, dijo:
—¿Me podría ayudar?, mi amigo se cayó en la montaña y tiene una pierna rota.
—¿Por dónde está?
—Arriba, por la vereda, como a quince minutos de aquí.
—Me llamo Juan y con gusto te ayudo.
—Perdón, mi nombre es Rogelio y mi amigo es Pablo, gracias, señor.
Juan caminó hacia la parte trasera de su casa y sacó una carretilla, desgastada por los años de trabajo, pero en buen estado.
Mientras tanto, Rogelio dejó su bicicleta en aquella pequeña casa y caminó, junto a Juan hasta encontrar a su amigo, quien parecía a punto de desmayarse por el dolor.
Juan lo subió a la carretilla y lo sentó sobre unos sacos vacíos de frijol para tratar de hacer un poco más cómodo su trayecto de bajada. Al llegar a casa de Juan, subieron a Pablo a la pickup y lo llevaron hasta la pequeña clínica del pueblo, donde fue atendido y trasladado en ambulancia hasta la ciudad de México.
A mi hijo Pablo, pocos días después de la operación de rodilla a la que fue sometido, comentaba con tres de sus amigos cercanos:
—Creo que nunca le podré pagar a Juan el haberme cargado en su carretilla y haberme llevado hasta el pueblo y después al hospital.
—Y ¿por qué no le llevas un regalo o algo de dinero?, afirmó Rogelio.
—Yo creo que lo que hizo merece que lo agradezcamos con algo más —entonces en tono serio les dijo—, vayamos a reconstruir su casa.
—¿Qué dices? —respondieron con tono irónico y burlón los amigos—. Y ¿cómo vamos a hacerlo?
—Pues con ayuda de todos…



Al día siguiente, después de que Rogelio editara y subiera a YouTube el video que grabó con su pequeña cámara que mantuvo todo el tiempo en su casco, Pablo publicó en su blog la historia y el video. Los publicó también en su página de Facebook y compartió con todos lo sucedido aquel fin de semana. Al final del relato y del video había un mensaje muy concreto que preguntaba: “¿me ayudarías a reconstruir la casa de Juan?”.
A la mañana siguiente, antes de despertar bien, y con movimientos aún inexpertos con las muletas que le ayudaban a desplazarse, Pablo abrió su computadora, de manera sorpresiva tenía más de 4,500 personas que habían respondido que sí le ayudarían.
De inmediato, decidió entrar a YouTube para buscar videos que le enseñaran cómo hacer una casa pequeña y económica, pero funcional. Encontró varios. Al llegar a la preparatoria habló con su profesor de física, quien tenía un hermano arquitecto, le pidió que lo convenciera de ayudarlos.
Dos días después recibió el plano de lo que sería la “nueva casa de Juan”: tres recámaras en las que se acomodarían perfectamente los dos hijos, la hija y por supuesto Juan y su esposa; dos baños y un lindo espacio para sala, comedor y cocina.



Aquel plano tenía la lista de materiales que se utilizarían para la obra y un ofrecimiento de mano de obra por parte de la constructora en la que laboraba el arquitecto, en caso de conseguir todos los materiales para llevar a cabo aquella casa.
Los twitts de solidaridad empezaron a fluir, Pablo y Rogelio además crearon una página en Facebook con el nombre de “Amigos de Juan” y una serie de videos en Youtube que sensibilizaba a quienes los veían sobre las condiciones en las que vivía la gente de ese pueblo.
Fue aquella la primera parte de una historia, antes del inicio de la construcción de las casas que transformaron la vida de la familia de Juan, de Don Lupe y de cinco familias más que vivían en aquel hermoso bosque, en donde Pablo y Rogelio, junto con todos los amigos de sus redes sociales, habían logrado una diferencia de vida.

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